martes, 28 de abril de 2015

Facebook y sus demonios

Lo bueno de Facebook es el chisme: saber qué hacen tus "amigos", qué les gusta, qué piensan y qué opinan. Lo no tan bueno es que se pierde el misterio. Por eso asusta publicar algo: qué pensarán de mí si cuelgo esto o lo otro. Somos lo que publicamos, lo que comentamos; somos ese instante, como una foto escrita en la que se puede salir muy mal o, si nos pilla en un momento más lúcido, no tanto. En una conversación no virtual con amigos puedes permanecer callado. En Facebook si callas no existes. Menudo dilema: ¿hablo y me desnudo? O callo y me escondo. Y si hablo tengo que ser un ejemplo, que en las redes sobran generalidades; pero si no soy un ejemplo mejor me quedo callada, deseando encontrarme con alguien y abrazarlo, mirarle a los ojos para ver más allá de un simple comentario que puede permitirse ser vacuo porque los gestos y la sonrisa cuentan mucho más. Hay otras variantes sociovirtuales; personas que publican en sus muros artículos muy sesudos e interesantísimos, chistes graciosos y opiniones sinceras, y cuando las conoces tienen una mirada vacía, un gesto torcido, una expresión fría, un abrazo flojo. Me da la impresión de que este es el perfil del usuario adicto a las redes sociales: el que no se atreve a amar (o no sabe o no puede o no quiere).

Este es el artículo que recomiendo hoy.


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